viernes, 29 de junio de 2012

nota de raimundi sobre paraguay


Para impedir que en Paraguay gane el grupo “A”

"Paraguay es un ejemplo de lo grave que sería reducir la calidad institucional al libre albedrío del Parlamento. Un golpe puede ser exclusivamente militar, cívico-militar o cívico-institucional", señala el diputado nacional de Nuevo Encuentro, Carlos Raimundi, en una nota de opinión en Tiempo Argentino.



Tiempo Argentino | Paraguay es un ejemplo de lo grave que sería reducir la calidad institucional al libre albedrío del Parlamento. Un golpe puede ser exclusivamente militar, cívico-militar o cívico-institucional. 
En este caso se trata de un golpe eminentemente institucional, por cuanto la destitución de Lugo no era un reclamo presente en las calles, sino que fue perpetrado por la corporación política del Paraguay en connivencia con los poderes oligárquicos, fundamentalmente terratenientes.

Es todo un desafío no identificar exclusivamente la idea de calidad institucional (tantas veces esgrimida por estos grupos) con la institución parlamentaria. Los hospitales gratuitos para los pobres, el reconocimiento de los sin tierra y los sin techo del Paraguay, o la denuncia sobre la concentración de la tierra, son también instituciones planteadas por el presidente Lugo. Inclusive, son instituciones socialmente más fuertes que la institución parlamentaria en la defensa de los intereses de las mayorías populares. 

A diferencia de otros países de la región, la renovación que implicó el voto a Lugo no alcanzó para modificar la composición de su Parlamento, sino que este representa la continuidad de aquella componenda histórica entre el sistema político y el sistema de poder económico del Paraguay. Se trata de un sistema de tal intermediación entre el líder y el pueblo que lo apoya, que termina expresando mucho más la voluntad de los poderes fácticos que la voluntad popular y, en este caso, el Parlamento se desempeñó como un instrumento del poder y no del pueblo. 

Todo esto reafirma la importancia que reviste para esta etapa de América Latina, discutir fuertemente sobre el poder y sobre qué significa verdaderamente la calidad institucional desde la perspectiva de las mayorías postergadas. Y enfatizar en el eje que divide a los grupos de poder, respecto de los gobiernos populares y el debate político como las herramientas principales con las que un pueblo cuenta para empardar la disputa. Los duros litigios mediáticos y los sucesivos intentos destituyentes que frecuentan la escena política argentina (para relacionar ambas situaciones), tienen que ver, precisamente, con la irritación que causan gobiernos como el de Lugo y el de Cristina, que decidieron ser irreverentes con esos grupos, en nombre de los intereses populares, por décadas postergados. No podemos dejar que ninguno de nuestros conciudadanos caiga en la ingenuidad de que se trata de una disputa ajena porque, por el contrario, es la batalla central por donde pasa la continuidad de un modelo popular o el regreso a la dominación de los grupos económicos. 

Por último, celebrar la decisión del presidente Lugo de convocar a una resistencia pacífica de modo de vencer la pasividad inicial. Si por temor a una masacre, la alternativa fuera el repliegue popular, dejaríamos el camino allanado a los enemigos del pueblo y estaríamos negando la enorme gama de posibilidades de resistencia que brinda la política como instrumento del pueblo para hacer valer sus legítimos derechos.

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